Ayer releía un artículo de Albert Jovell de noviembre de 2005 publicado en El País. Bajo el título:»El odio nuestro de cada día», Jovell analizaba el odio como enfermedad individual y social. Uno de los mayores problemas sociales aparece cuando se produce una fractura dividiendo la sociedad en dos.
La culpabilidad de aquellos que utilizan el odio como arma arrojadiza, después de años de preparación meticulosa, con un trabajo minucioso que hace que ese odio se instale en los corazones, es una culpa contra la Humanidad. Alimentando un odio que, impulsado por el miedo, atenaza a las personas y hace que prenda en ellas un sentimiento de repulsa por todo aquello que es distinto. La violencia en las palabras, en los gestos, en la educación, en la propaganda incesante lleva a la sociedad a caer enferma. Los que están inspirando a aquellos que han inoculado el veneno del odio son responsables de delitos de lesa humanidad. Acciones que conllevan reacciones que no se olvidan fácilmente, instalándose en el imaginario colectivo, en el inconsciente colectivo, siendo esa creencia limitante un obstáculo para el desarrollo de una vida en paz.
En su artículo Jovell afirmaba :»El odio es una enfermedad grave que no recibe esa consideración como problema de salud pública… y desde una perspectiva epidemiológica, el odio es una enfermedad social que afecta a la salud de las personas y que es muy prevalente en las sociedades modernas…. El sujeto que odia persigue, en pensamiento o acción, la destrucción del sujeto u objeto en el que proyecta su odio, lo que suele generar un doble problema de salud: en la persona que odia y en la odiada. Cualquier estrategia orientada a esa destrucción, incluida la mentira, le es válida al que odia, tanto, que suele acabar creyéndosela como argumento para ganar adeptos y justificar pensamientos y acciones violentas. Hay personas que odiar es lo que mejor saben hacer y en la práctica del odio refuerzan su carácter y su personalidad… El odio (que genera violencia) es un sentimiento irracional que anida en un sujeto excesivamente poseído y convencido por su razón y su visión de las cosas».
El odio, al instalarse en el ser humano, coarta su desarrollo y le convierte en un ser transformado, no recordando siquiera quien fue. El odio nos priva de nuestra empatía por los otros, llevándonos a los enfrentamientos personales que dejan una herida que tarda años en restañarse. Atacamos al otro y nos atacamos a nosotros mismos, perdemos el respeto a nosotros mismos y a nuestro prójimo. La búsqueda de un «chivo expiatorio» para nuestras frustraciones nos lleva a buscar con ahínco la figura sobre la que volcar nuestra «vaciedad». La sensación de zozobra, de la nada, aparece y ante esa sensación de «no pertenencia» buscamos a otros que compartan esa misma experiencia vital. En ese momento, donde sin darnos cuenta, hemos caído en las redes de la nada, aparecen los «salvadores» que nos permiten una ilusión de pertenencia a algo, una idea, un grupo de salvación ante nuestro vacío,… De ahí, a la polaridad que lleva a encontrar en nuestro adversario al culpable de nuestra situación, hay un paso. La manipulación social es fácil cuando la sociedad, los ciudadanos están disconformes con el «estado de las cosas», cuando los representantes legítimamente elegidos han olvidado el porqué y el para qué de su servicio a la ciudadanía.
Ahora ya tenemos una sociedad enferma que quiere recuperar su salud, quiere amar y ser amada, quiere recuperar su respeto y el respeto a todos. Es el momento de la crisis, del cambio, de la transformación, de la evolución,… nuevos modelos sociales, nuevas formas políticas pero, necesariamente, un volver a los valores básicos del ser humano.
Comentaba Gracián, el colectivo que reúne a 60 intelectuales y profesores de reconocido prestigio en una columna en ABC en 2006 titulada “El nacionalismo como problema”. Una columna de tanta actualidad que podría haber sido escrita hoy.
“El problema surge desde el momento en que el nacionalista cree que sus valores justifican la coacción para imponerse a quienes no los comparten o a quienes los comparten pero no en el grado necesario. Es un gravísimo problema, porque degenera hasta en el crimen terrorista que supone una previa actitud de odio del nacionalista. De esto, por desgracia, tenemos mucha experiencia en España. Pero, aunque un determinado nacionalismo tome la forma de movimiento ajeno a la violencia física, es también un gravísimo problema cuando acepta sin escrúpulos la violencia moral contra quienes, viviendo dentro de la nación, no comparten la actitud nacionalista. De esto, también por desgracia, tenemos mucha experiencia en España. Esta actitud suele tomar formas diferentes. Dos son las más frecuentes: mirar para otro lado o rebajar la importancia de la violencia, incluso cuando es física, dejándola en lamentable incidente. Por ejemplo, lo hecho por las autoridades académicas que en Barcelona no se dieron por enteradas cuando dentro de su Universidad jóvenes nacionalistas atacaron a un profesor. Por ejemplo, la calificación como incidente del disparo en la pierna a un periodista al que se deseaba silenciar o hacer salir de Cataluña. Por ejemplo, las declaraciones de puro lamento y exhortación que líderes gubernativos vascos emiten ante la violencia, en vez de expresar la amenaza de uso de la Ertzantza, es decir, de la legítima violencia.
Bastantes nacionalistas pacíficos, para quienes la coacción sin más, la violencia directa, no parece razonable, recurren a la única coacción aceptable en una sociedad civilizada: la coacción política. El nacionalismo, que en principio es un hecho cultural, se hace problema cuando ingresa en el ámbito político y se arma, o busca armarse, con la coacción revestida de legitimidad, es decir, con el poder político. Incluso el terrorista justifica su violencia porque espera que algún día su proyecto nacionalista esté sustentado por la coacción política legítima, que, a manera de bautismo cívico, perdonaría todos sus anteriores pecados.
Una vez con las armas del mandato legal en sus manos, la dinámica política nacionalista, sedicente pacífica, desvela su entraña agresiva y acude sin tapujos a la coacción, imponiendo conductas y cercenando libertades. El nacionalismo que aquí criticamos quiere imponer el reinado de la uniformidad nacional en su sociedad y, en consecuencia, se transforma en problema para quienes no participan de esa misma actitud. Respecto de quienes no comparten la fe nacionalista, el nacionalismo busca asimilarlos o empujarlos hacia las zonas marginales de la sociedad. En un juicio desapasionado, parece evidente que el nacionalismo catalán (¿sólo el catalán?) intenta que el castellano quede reducido a una lengua marginal, empleando para ello la coactividad del poder político.
Quienes creemos en la democracia como régimen de libertad en la pluralidad tenemos que denunciar la carga de agresividad, donde fácilmente se incuba el odio, que todo nacionalismo político lleva en su interior. En otros tiempos, en el siglo XIX, cuando las sociedades eran uniformes, el nacionalismo podía presentarse como movimiento de progreso, porque luchaba contra regímenes absolutistas para conseguir un gobierno democrático, aglutinaba la población para luchar por la libertad. Hoy, cuando las sociedades son democráticas y multiculturales, el nacionalismo político es un grave problema, porque amenaza precisamente la convivencia democrática en igualdad y libertad.
Lo malo es que este nacionalismo coactivo anda por ahí, en la opinión pública, disfrazado bajo una piel democrática. Estos nacionalistas presumen de demócratas, pero en el fondo no lo son, si entendemos por democracia la que nace del movimiento liberal, la que se basa sobre las libertades. No son demócratas, porque tal nacionalismo no tiene alma liberal, sino totalitaria; no quiere una sociedad plural, sino uniforme.
Esta denuncia puede sentar muy mal al nacionalista que la lea. Pero tiene un fácil procedimiento para comprobar su verdad. Que los nacionalistas se pregunten si están dispuestos a renunciar a la coacción para imponer sus valores, es decir, si están dispuestos a dejar a la sociedad en libertad para que cada cual elija su particular modo de vivir en paz dentro de esa sociedad. Que se pregunten si realmente respetan la libertad de quienes no piensan o no sienten como ellos. ¡Ojalá la generalidad de los nacionalistas respondiera afirmativamente y se contentara con la legítima promoción del nacionalismo cultural, que podría muy bien vivir y crecer al amparo de acciones de fomento no coactivas! Entonces el nacionalismo habría dejado de ser problema.”
Necesitamos que, aquellos que han cometido estos delitos, reconozcan que su acción ha llevado a la polarización de la sociedad, pidan perdón a todos y cada una de las personas a las que han roto su convivencia diaria y dejen paso a una nueva etapa.
Quizás volver a leer el Evangelio nos dé las claves para superar este conflicto. Sin interpretaciones, dejando que llegue el Mensaje de Jesús llegue a nuestros corazones, dejando que Él se instale en nosotros. Nos dará Paz, la Paz que el Hijo Pródigo recibe cuando se rinde y vuelve a la Casa del Padre, que es nuestro propio Ser, porque ahí dentro vive Dios. Dejémosle que se muestre en nuestras palabras, en nuestros actos,.. no hay ningún ser humano lo suficientemente pecador para que no pueda, no podamos, pedir perdón por nuestras acciones y , sobretodo, por nuestras omisiones.
Volvamos a encontrar la Paz en nuestra sociedad, se han cometido errores que se han de corregir. Pero no podemos permitirnos no adelantar nuestra mano y perdonar. Si Dios perdona con benevolencia nuestras faltas ¿quiénes somos nosotros para no permitirnos ser perdonados y perdonar?.
El amor es mal interpretado como una emoción, en realidad, es un estado de conciencia, una forma de estar en el mundo, una manera de verse a uno mismo y a los demás. Cambiamos el mundo no sólo por lo que decimos o hacemos, sino como una consecuencia de aquello en lo que nos hemos convertido.
Un buen amigo mío me decía que la Sombra siempre está al servicio de la Luz y que una simple llama permite ver en la oscuridad. Hoy termino con: la Oración Simple de San Francisco. Espero que la podáis disfrutar y que sea un bálsamo para una sociedad enferma que desea recuperar su Salud.
La Oración Simple de San Francisco de Asís
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz. Donde hay odio, que lleve yo el Amor. Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la Unión. Donde haya duda, que lleve yo la Fe. Donde haya error, que lleve yo la Verdad. Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, como amar.
Porque es: Dando, que se recibe; Perdonando, que se es perdonado; Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.

